La Revolución Mexicana se constituyó en el primer levantamiento social del siglo XX, el propósito de este movimiento armado era buscar una justa distribución de la tierra y las riquezas, sin explotar injustamente a los trabajadores.
Los estudiantes de los principales colegios metodistas participaron significativamente antes y durante a la Revolución Mexicana; obedeciendo el mandato Divino que dice:
“…Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”.
Mt. 28:18-20
En el año 2010 la Universidad Madero (“UMAD”) presentó el escrito “Metodistas en la Revolución Mexicana”, con el propósito de conmemorar el Centenario su participación en aquel suceso inolvidable de 1910.
¿Evangélicos en la Revolución Mexicana?
¡Claro! La luz de Dios debe resplandecer donde las tinieblas abundan. Un gran número de protestantes metodistas se involucraron en el movimiento de la Revolución Maderista. Luego de la muerte de Francisco I. Madero, la mayoría de ellos se involucró con Venustiano Carranza, aunque también aceptaron a Emiliano Zapata, quien fue uno de los iniciadores de la Revolución y de “El Ejército Libertador del Sur (ELS)”.
Lo interesante es que los archivos metodistas y los presbiterianos estadounidenses tienen registrado el desarrollo del protestantismo en México.
Haciendo investigaciones de mis ancestros en la Revolución Mexicana, encontré la información de que los misioneros estadounidenses, así como los pastores y estudiantes mexicanos, se unieron por la causa de Cristo y se fueron involucrando sucesivamente dentro de la fase revolucionaria. No se integraron en la lucha armada sino que se mantuvieron al margen de los acontecimientos.
La oportunidad de incorporarse a la Revolución fue para mejorar la situación política y económica que vivía el país en aquel entonces y –al mismo tiempo– cumplir los desafíos de la Gran Comisión: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”. (2. Timoteo 4: 2).
Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles consolidaron el sistema de educación en México dejando su diseño en manos de cristianos. ¡Doy gloria a Dios por cada uno de ellos!
FRANCISCO VILLA Y LA DIVISIÓN DEL NORTE
Del otro lado de la República Mexicana estaba “La División del Norte”, la formación militar al mando del General Francisco Villa. Los principales jefes de la Revolución Mexicana tuvieron motivos particulares para luchar por México.
Ahora bien, quiero compartir brevemente ciertos acontecimientos que sucedieron dentro de “La División del Norte”, con la participación de algunos de mis ancestros (y muy posiblemente también alguno de los tuyos).
La familia Rocha se componía de nueve miembros, incluyendo ambos padres, los cuales se unieron a la Revolución Mexicana.
Mi abuelo paterno Florencio Rocha fue asesinado en una de los primeros enfrentamientos en Ojinaga, Coahuila. Después de esto, la familia Rocha huyó a los Estados Unidos, cruzando a Eagle Pass, Texas.
En ese tiempo Francisco I. Madero fue elegido Presidente durante el conflicto; se preocupó por las condiciones de vida del pueblo de México y uno de sus primeros actos fue ofrecer 100 pesos para los gastos de las familias expatriadas que deseaban regresar. Y, ¿saben qué pasó? La familia Rocha decidió entonces regresar a México.
Acerca de mis abuelos tengo poca información, más allá de sus nombres, que aparecen en mi Acta de Nacimiento. Únicamente tengo conocimiento de tres de mis tíos: Juan, Zenobio y Celsa, y, por supuesto, mi padre Juan, el menor de la familia.
Juan Rocha Núñez, “LEGENDARIO ÉLITE DE LOS “DORADOS”, quien fue un fiel teniente del General Francisco Villa, era el hijo mayor de la familia Rocha; después fue Zenobio, la tía Celsa y por último mi padre, Juan. Posiblemente te preguntes, ¿por qué hay dos “Juanes” en la familia? Te explico: el hijo mayor “Juan Rocha Núñez” se ausentó de casa por una buena temporada; entonces, sus padres, al no tener noticias de su paradero, lo dieron por muerto y, por ende, volvieron a volver a utilizar el mismo nombre completo de (Juan Rocha Núñez) con su hijo recién nacido, quien era mi padre, para dar honor al hijo mayor “aparentemente muerto”. El día que la familia Rocha se registró para ser parte de la Revolución, sorpresivamente apareció el hijo mayor, mi tío Juan.
Cuando el padre de familia se registraba para la Revolución, debía incluir a su esposa e hijos; los niños debían seguir a sus padres adondequiera que la guerra los llevara. Debido a esto, cuando se producía un movimiento militar en el campamento, la transportación incluía a miles de personas. Claro, cada familia se organizaba cotidianamente y cada uno cumplía su papel y responsabilidad.
Mi tío Juan era un hombre alto, como de 1.80 m.; delgado, de cabello castaño y ondulado, cejas dispares, nariz amplia y recta, rostro ovalado, manos grandes, ojos medianos color café con una mirada triste y ausente. Él nunca mostró fragilidad y no se dejaba sorprender fácilmente. Cuando hablaba y compartía mensajes revolucionarios, su voz definitivamente debía ser escuchada; pero se requería tener la cabeza fría para oír su narración, ya que el trauma de la Revolución Mexicana dejó innumerables cicatrices emocionales e invisibles.
Él era un joven de dieciocho años de edad. En esta etapa, luchó junto al General Villa por cuatro años, desde 1911 hasta la Batalla de Celaya en 1915. Fue uno de sus tenientes y legendario élite de los “Dorados”; “aunque sólo era un joven”, dijo él, en una entrevista que realizaron. Sin embargo, el ser elegido como un “Dorado de Villa”, era un gran “honor”; además que tal posición traía consigo un sustancial aumento de sueldo de 20 pesos diarios.
“Villa les pagaba en papel moneda”, dijo mi tío Juan. “Él tenía su propia máquina de imprimir” que hacia una especie de imitación de un sello de goma con la palma de su mano.
Tío Juan aprendió a luchar con el rifle “Máuser” y seguía las instrucciones del General Pancho Villa, quien decía frecuentemente: “Nunca maten por la espalda”.
Él luchó en Torreón, donde, en 12 días de intensos combates, fue herido dos veces; la primera vez fue en su pierna y luego en el lado de su cuerpo. Villa contaba con buenos médicos, los cuales pudieron atenderlo bien. Mi tío tuvo el primer contacto con la guerra en Zavalza, a unas 75 millas de Gómez Palacios, al mando del general Pascual Orozco.
Entre el 6 y el 15 de abril de 1915, entre la División del Norte, al mando de Francisco Villa y las tropas del General Álvaro Obregón, con su infantería y cañones, tuvieron dos fuertes batallas, en los alrededores de Celaya, Guanajuato, siendo derrotado Francisco Villa por el Partido Constitucionalista.
Por consiguiente, mi tío Zenobio, quien para ese entonces vivía al norte de México, al enterarse de las noticias de la derrota de la “División del Norte”, fue en busca de su hermano Juan. El tío Juan, como teniente y miembro de un ejército convencionalista vencido, sin dinero y enfermo, junto con mi tío Zenobio viajaron a Ciudad Juárez.
Finalmente, después de un tiempo, ambos emigraron a los Estados Unidos, donde trabajaron para el ferrocarril de Santa Fe.
En 1973, el “Arizona Daily Star” les hizo una entrevista en Tucson, Arizona; recuerdo claramente el traje que frecuentemente vestían:
-Sus camisolas mangas largas y fajadas al pantalón (ambos color caqui), cinto marrón oscuro y zapato-bota color marrón; de hecho, me atrevo a decir: “que era el mismo uniforme de los <Dorados de Villa>”, o sea, sólo les faltaba su sombrero “Stetson 5x” y el rifle “Máuser”, así como se ven en la siguiente foto.
Pero a pesar de sus 70 y 80 años de edad –en aquel entonces– ambos poseían solamente unas pocas canas en su cabeza.
Mi tío Juan Rocha Núñez era una persona seria, solitaria, fuerte y rígida consigo mismo, dado que pasó mucho tiempo involucrado en las atrocidades del combate y sufrió la intensidad de una de las guerras más crudas de la historia Revolucionaria Mexicana.
En cambio mi tío Zenobio, era un hombre robusto, de estatura mediana, piel oscura y cara cuadrada, cabello y ojos negros intensos, orejas grandes y nariz ancha; era una persona placentera, divertida, risueña y humorística. Trabajaba en los jardines y le gustaba bailar para “mantener la forma”, agregaba. Su pasatiempo favorito era apostar en las carreras de perros galgos; se volvía “loco” jugando y no fallaba una semana sin ir al Canódromo de Tucson; ¡ah! sin olvidarse de tomar solo una copita de vino al salir de cada jugada.
El tiempo en el cual se involucró mi tío Zenobio en la Revolución Mexicana, fue cuando era solo un niño; aunque nunca llegó a ser un “Dorado de Villa”, su tarea en el campamento fue de mantener a los centinelas despiertos. Después que aprendió bien esta tarea, continuó diciendo en la entrevista:
-“Yo tenía nueve años de edad y ya cargaba mi rifle Máuser. Cuando lo colocaba en el suelo y me acomodaba a la par de él, el rifle era 2 pulgadas más alto que yo”. Cada soldado de infantería, independientemente de la edad, cargaba dos granadas en sus manos.
Luego, cuando cumplió diez años de edad, ya estaba reclutado. Cuenta que un día cuando tuvieron tres días de lucha intensa, su labor fue ayudar a recoger los muertos del ejército y también los restos de los enemigos. Después de quitarles la ropa, quemaban los cadáveres utilizando madera y gasolina.
Al relatar esta historia ese día de la entrevista, mi tío Zenobio le produjo una sonrisa nerviosa al periodista, al momento de recordar dicha escena y dijo:
-“El olor era horrible. Los cuerpos se movían cuando los estaban quemando y parecía que habían cobrado vida de nuevo”.
…Y prosiguió…, “Cuando cumplí mis once años de edad, ya me había convertido en un “viejo soldado”.
¿Sabes quién era el “Niño” en el campamento de Villa?
Fue el gran cañón de fuego color negro impresionante y temible del ejército de los Villistas, al mando del General Felipe Ángeles. Ese cañón era tan grande y pesado, que lo montaban sobre una plataforma de un vagón a la cabeza del primer tren; de esa manera, “El Niño” despejaba el camino a los Villistas para marchar al frente. Mis tíos lo describieron como el “cañón ranking de México”. En el pueblo de Escalón fue disparado por primera vez y, al hacerlo, se sacudieron los rieles por la fuerza generada que ocasionaba. Ellos describen con orgullo el haber sido testigos de aquel primer gran cañonazo. “El Niño” era temible para los enemigos; con solo saber que se aproximaba, ellos sabían que sería una batalla perdida.
Tío Zenobio dijo que nunca habló directamente con Villa, pues era solo un jovencito; sin embargo, moviendo la cabeza, agregó: -“Cuando Pancho Villa te miraba, tenías miedo de mirarlo. La vida era dura”.
El siguió expresando: “A menudo caminábamos con mucho hambre y sin comida, ni la esperanza de comer al siguiente día. Había días solo con un pedazo de pan o una tortilla dura”.
El ejército de mujeres soldadas de Pancho Villa, eran las esposas, hermanas, campesinas, maestras y enfermeras, quienes lavaban, cocinaban, eran espías y cargaban armas.
Mis tíos recordaron a María Cadena y a Petra Herrera, quien era una mujer que se disfrazó como hombre y se hizo pasar como Pedro Herrera; usó ingeniosas estrategias y ganó fama y reputación como “buena guerrera”.
También recuerdan a la zacatecana Juana Gallo, con su bastón y su perro faldero; aunque nunca fue Villista, en cierta medida, su participación era solo bromear con los oficiales y jefes Villistas y al mismo tiempo vendía sus tacos que traía en su canasta.
Ahora hablemos de mi padre, el hermano menor de ellos, Juan Rocha Núñez. Él fue un hombre alto, delgado, moreno claro, de facciones agradables y cabello miel trigueño, labios finos y nariz recta.
Era de carácter fuerte y firme, pero –a la vez– muy amigable y servicial con los amigos y vecinos. Por un tiempo trabajó lustrando zapatos; luego que la familia comenzó a crecer, consiguió un mejor trabajo de jornalero.
De niño, tuvo la experiencia de vivir dentro del campamento Villista, de manera que él no se escapaba de quedarse sin tareas.
Cuando los varones tenían cinco años, debían cuidar animales y acarrear agua; eran enviados a observar las situaciones de los poblados y dar aviso a los generales; hacían el papel de espías, centinelas y mensajeros. Las niñas trabajaban en tareas domésticas. Después de los siete años, los varones se inscribían en las bandas de guerras y eran obligados a llevar las granadas de mano; a los diez, ya se les ordenaba las labores de guerra, como portar rifles e ir al combate (el practicar estos actos era un “honor” para estos niños).
Era muy común la muerte de los pequeños por causa de la falta de higiene, ya que vivían en trenes, campamentos y solían enfermarse regularmente.
Mi padre falleció cuando yo tenía tres años de edad. Mi madre me contó cómo el sufrió cuando niño, durante la Revolución de Pancho Villa. Estos “adultos pequeños” tuvieron que pasar sus primeros años experimentando enfrentamientos entre ejércitos, los veloces silbidos de las balas, el galopear de los caballos y el sonido del disparo de los cañones.
Mi padre y mis dos tíos nunca más volvieron a ser los mismos. En ellos quedaron grabados recuerdos muy fuertes y memorias sumamente dolorosas, como la muerte de sus padres, hermanos y hermanas, además de tantos daños físicos y la pérdida de sus bienes.
¿Quién fue la Tía Celsa?
Mi madre me relató la experiencia que mi padre experimentó durante la Revolución Mexicana. Toda la familia Rocha era originaria de Torreón Coahuila. Los padres de ellos, o sea mis abuelos paternos, habían muerto.
La tía Celsa estaba casada con un legendario “Dorado de Villa”, además de ser una de las soldaderas Villistas; ella se hizo cargo de mi padre, quien tenía sólo seis años de edad y había quedado huérfano.
Me explicó que el marido de la tía Celsa, una noche tardó en llegar al alojamiento con ella, como lo hacía cotidianamente. Así pues, preocupada por él, pensando que posiblemente habría muerto en la batalla de ese día, fue en su busca por todo aquel campamento, pero por ningún lado lograba localizarlo, hasta que al fin lo descubrió en un lugar secreto, “haciendo el amor” con otra mujer. Ella, al ver la escena, totalmente enfurecida, se apoderó del rifle Máuser de 7 milímetros de su marido y los asesinó a los dos.
Enseguida dieron aviso al general Pancho Villa, quien, de inmediato, ordenó que la fusilaran, ya que ella había dado muerte a uno de sus legendarios “Dorados”.
Mi padre, de seis años de edad, presenció en vivo la ejecución de la única mujer que le daba cuidados y atenciones. Esa huella indeleble le dejó un mal recuerdo y lo marcó para toda su vida.
Pasaron los años y mi padre decidió honrar el nombre de su hermana asesinada. Entonces, cuando yo nací, él eligió llamarme “Celsa”.
En resumidas cuentas, la Revolución Mexicana fue un gran movimiento político, social e histórico. Muchos son los personajes que participaron; algunos fueron muy valientes, otros traidores o villanos, pero las memorias invisibles que quedaron en las mentes de los niños y soldados nunca fueron borradas.
La historia de la Revolución es extensa, pero, en definitiva, tanto en el Ejército Libertador del Sur como en la División Norte de México, todos creían tener la verdad de su lado; de cierto modo, ambas partes tenían su “propia revolución” (por así decir) y se daban “apoyo” por un tiempo y luego se convertían en enemigos.
cronología de lo más relevante de la Revolución Mexicana
1910 –Inicio de la Revolución a cargo de Francisco I. Madero para acabar con la dictadura de Porfirio Díaz.
1911 –Porfirio Díaz dejó la presidencia y Madero fue proclamado presidente constitucional.
1913 –Victoriano Huerta traicionó a Madero e inició la “Decena Trágica” (lucha que duró 10 días en la que Madero fue obligado a dejar su cargo y es asesinado).
1914 –Huerta, “El Usurpador” de la Presidencia fue vencido por el Ejército Constitucionalista de Venustiano Carranza.
1917 –Se creó una nueva Constitución impulsada por Carranza, quien se convirtió en presidente a finales de ese mismo año.
1919 –Emiliano Zapata, el Caudillo del Sur, quien peleó por el dominio comunitario de las tierras, fue asesinado por las tropas de Carranza.
1920 –Álvaro Obregón fue nombrado presidente de México
1923 –Francisco Villa, comandante de la División del Norte, quien peleó por la igualdad de clases, fue asesinado probablemente por órdenes de Plutarco Elías Calles y del general Álvaro Obregón.
Pero el enfoque principal aquí, es que a pesar de las divisiones, luchas e ideologías, el ESPÍRITU SANTO estaba estableciendo Su reino y justicia por medio de un pueblo temeroso de Dios que relacionaba el Amor de Cristo y el amor por las almas en México.
Todos y cada uno de ellos fueron enviados por Dios a cumplir una tarea específica: Traer la Presencia de Dios a la vida de muchos, antes que apareciera la ametralladora, el “Niño-cañón” o el rifle Máuser y les arrebatara la vida; no obstante, se derramó mucha sangre inocente, pero aun así, muchos fueron lavados con la Sangre del Cordero cuando fue invocado el Nombre que es sobre todo nombre: “Jesucristo, el Señor”.
“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡CUÁN HERMOSOS SON LOS PIES DE LOS QUE ANUNCIAN LA PAZ, DE LOS QUE ANUNCIAN BUENAS NUEVAS!” Rom. 10:14-15.
Los protestantes-evangélicos metodistas se involucraban en el proceso de trasformación social haciendo la diferencia y sembrando la Semilla, la Palabra de Dios con paz y amor. Ayudaron al gobierno del estado a enfocarse y reforzar la educación de las comunidades campesinas. Las escuelas metodistas fueron, en aquel entonces, la educación alternativa para muchos. Esta presencia protestante no se quedó pasiva, sino que entró al campo de batalla con las “Armas del Amor” y luchó contra el odio y la rebelión.
En culminación, queda aclarado que en la citada época, aquel semillero de pastores y alumnos cumplieron su misión en el suelo mexicano. Los valores “wesleyanos” quedaron grabados en un fuerte impulso misionero con dos objetivos principales: evangelizar y reformar la sociedad. ¡A Dios sea la gloria, la honra y el poder, por los hombres y mujeres que obedecieron a Su Voz para anunciar la paz y las Buenas Nuevas en el campo de las tinieblas!
La sección de la historia familiar corresponde al manuscrito:
“Mi Hermano Alberto”©
Autor: Celsa Rocha
Estoy interesada en saber tu valiosa opinión acerca de este relato de la vida real. Es posible que alguno de tus ancestros también lucharon durante la Revolución Mexicana, ¡platícanos un poco! Por favor déjame tu comentario en la parte de abajo, ¿sí?, gracias y bendiciones.